Una emoción no nace en un solo lugar. No está solo en la cabeza ni solo en el cuerpo. Es un entramado complejo —y profundamente humano— de impulsos, recuerdos, movimientos, pensamientos y sensaciones que se activan a la vez. Comprender cómo funciona el sistema nervioso autónomo es empezar a entender esa orquesta silenciosa que gobierna el consciente y el inconsciente, que organiza cada gesto, cada pausa, cada forma de habitar el mundo. En esa danza silenciosa entre cuerpo y emoción, reside gran parte de nuestro equilibrio. Conocer su funcionamiento es la clave para cuidarlo y saber escucharlo es el secreto para que él pueda cuidar de ti.
Tu sistema nervioso autónomo: un aliado silencioso
Podríamos vivir sin entenderlo, pero no podríamos sobrevivir sin él. El sistema nervioso autónomo es una de las joyas silenciosas de la evolución: un mecanismo perfectamente diseñado que responde a una funcionalidad brillante.
Es rápido, automático e inconsciente
El sistema nervioso autónomo evalúa el entorno en milésimas de segundo y decide —sin que tú lo sepas— si es momento de activar, calmar o proteger. Antes de que tu mente haya interpretado la situación, tu cuerpo ya ha tomado posición.
Esta funcionalidad, también puede convertirse en una trampa cuando el sistema responde a condicionamientos antiguos que ya no se corresponden con el presente. Es el caso de ciertos patrones que se instalan tras experiencias traumáticas: el cuerpo recuerda lo que la mente ha olvidado, y activa respuestas defensivas que ya no necesitamos.
Es sensible e informativo
Aunque solemos pensar que el cerebro “dirige” al cuerpo, la realidad es que la mayoría de la información va en sentido contrario, transmitiendo señales desde el cuerpo hacia el cerebro. Por eso a veces sentimos sin saber por qué, o nos cuesta poner en palabras lo que nos pasa.
Muchas veces no somos conscientes de cómo nos afecta lo que sentimos físicamente. El cuerpo sostiene estados prolongados de tensión, aceleración o bloqueo que alteran nuestro equilibrio emocional y cognitivo. Otras veces al contrario, actúa como un poderoso agente de regulación: cuando el recibe sensaciones de bienestar el sistema nervioso interpreta esas señales como una invitación a la calma: la mente se serena, las emociones se suavizan y el mundo vuelve a sentirse un poco más habitable.
Se auto protege, repara y regula
Lo más fascinante del sistema nervioso autónomo es su capacidad de adaptación. No solo se activa para protegernos cuando percibe peligro: también se relaja cuando siente que estamos a salvo. Regula funciones vitales como el sueño, la digestión, el tono muscular. Cuando el entorno transmite seguridad este sistema activa su modo de restauración. Entonces, el cuerpo puede aprender, reparar, crecer. Y la mente puede descansar.
El problema aparece cuando este sistema permanece desregulado: cuando no encuentra pausa, señales claras de calma, ni espacios para la reparación. Aquí encontramos el eje de lo que llamamos procesos psicosomáticos y a la larga, parte del origen de las enfermedades autoinmunes.
Cuerpo y emoción: el sistema nervioso autónomo como red de equilibrio
Hay algo en nosotros que sabe antes de que pensemos. Que reacciona antes de que entendamos. Que se acelera sin pedir permiso o se apaga cuando todo se vuelve demasiado. No solo responde al entorno, sino que lo interpreta constantemente, en busca de señales de amenaza o seguridad. Ese algo es el sistema nervioso autónomo: una arquitectura compleja diseñada para ayudarnos a sobrevivir, adaptarnos y vincularnos.
El Sistema simpático y parasimpático: La danza que regula el bienestar
Este sistema nerviosos autónomo tiene dos grandes ramas, como dos polos opuestos que se equilibran entre sí:
El sistema simpático, que nos activa: acelera el corazón, prepara los músculos, agudiza los sentidos. Es el encargado de ponernos en marcha cuando algo exige acción: una amenaza, una decisión, un reto. Es la parte que se enciende cuando sentimos miedo, prisa, rabia o tensión. La ansiedad, muchas veces, es la expresión de un sistema simpático que se ha quedado encendido.
El sistema parasimpático, que nos calma: reduce el ritmo cardíaco, relaja el cuerpo, favorece la digestión, el descanso y la recuperación. Es el encargado de devolvernos a la seguridad y al equilibrio cuando el peligro ha pasado.
Dentro del parasimpático, hay una pieza especialmente importante: el nervio vago, una vía fundamental que conecta cerebro, corazón, pulmones y sistema digestivo. Cuando este nervio funciona bien, sentimos confianza, conexión y presencia. Cuando se desregula, el cuerpo puede caer en estados de agotamiento, bloqueo o desconexión.
La importancia del nervio vago
Entre todas las fibras que conforman el sistema nervioso parasimpático, hay una que destaca por su complejidad, su longitud y su influencia silenciosa en nuestra salud física y emocional: el nervio vago. Este nervio, que nace en el tronco cerebral y desciende hacia el corazón, los pulmones, el diafragma y el sistema digestivo, actúa como una autopista de información entre el cuerpo y el cerebro.
A través de él, el cuerpo envía señales constantes sobre lo que está ocurriendo en nuestro interior: cómo está el ritmo cardíaco, cómo respiramos, si digerimos bien, si hay tensión muscular, si estamos en peligro o en calma. Y el cerebro, a su vez, responde. Esto explica como nuestras sensaciones físicas influyen profundamente en cómo pensamos, sentimos y nos comportamos. Cuando este nervio funciona bien, sentimos confianza, conexión y presencia. Cuando se desregula, el cuerpo puede caer en estados de agotamiento, bloqueo o desconexión.
¿Por qué sucede esto? Porque el vago se despliega a través de dos ramas – el vago ventral y el vago dorsal- que suponen el origen y la vanguardia de nuestro sistema evolutivo. Para entender esto necesitamos comprender cómo la evolución adaptativa ha llegado a conformar nuestro sistema nervioso. Y eso es lo que vamos a explicarte ahora.
Breve historia de la felicidad y el sufrimiento: la evolución del sistema nervioso
Sentir no es un accidente de la mente. Las emociones que nos atraviesan —el miedo, el amor, la rabia, la ternura— tienen raíces que se hunden en millones de años de evolución. Comprender la evolución del sistema nervioso es asomarse a una historia fascinante: la de cómo la vida, para poder sostenerse, tuvo que aprender a reaccionar, a protegerse… y, con el tiempo, también a vincularse y a cuidar. Porque antes de que fuéramos seres racionales, ya éramos seres sensibles. Y antes de que pudiéramos hablar de lo que sentimos, nuestro cuerpo ya sabía cómo defenderse, cómo cerrarse, cómo buscar el calor del otro.
Acción o desconexión: el origen del Sistema Vagal Dorsal
Mucho antes de que existiera el pensamiento, incluso antes de que apareciera un sistema nervioso como tal, la vida ya reaccionaba al entorno. Imagínate una almeja o una ameba No sienten, no piensan, no eligen. Pero responden. Se abren o expanden si el medio es agradable y nutritivo, se cierran y contraen si es hostil o perciben un riesgo.
Este patrón es la raíz más antigua de lo que, millones de años después, llamaremos emoción. En estas criaturas no hay miedo, pero sí impulso de protegerse. No hay deseo, pero sí movimiento hacia lo que favorece la vida. Y si la amenaza es demasiado grande, si no hay escapatoria posible, el organismo simplemente se apaga. Se desconecta. La congelación aparece como último recurso para sobrevivir. Esta dinámica dará lugar al sistema nervioso parasimpático más primitivo: el vago dorsal.
Lucha y huida: la respuesta del Sistema Simpático
Con los reptiles aparece una nueva forma de habitar el mundo. Ya no basta con contraerse o expandirse: ahora es posible reaccionar activamente ante la amenaza. Aparece el movimiento dirigido, el ataque, la huida. El sistema nervioso incorpora una vía rápida de respuesta: el cerebro reptiliano, no siente emociones tal como las entendemos, pero organiza conductas eficaces para sobrevivir. Un lagarto no cuida a sus crías, no se emociona ante un encuentro. Pero sí corre si intuye peligro. Sí lucha si se ve acorralado.
Aquí nacen las bases de lo que después llamaremos ansiedad: una activación fisiológica diseñada para protegernos, para movernos, para escapar del daño. No hay miedo, pero hay alerta. No hay rabia, pero sí impulso agresivo. Es el terreno del sistema simpático: una red de activación que moviliza al cuerpo para sobrevivir.
Vincularse para sobrevivir: la conexión a través del Sistema Vagal Ventral
Con los mamíferos, la evolución da un salto cualitativo. La supervivencia no depende solo de la fuerza o la rapidez, sino del vínculo. Aparece el sistema límbico, una red cerebral que permite experimentar emociones complejas y reconocerlas en los otros. Una madre cuida a sus crías, reconoce sus señales, las calma con su contacto. El peligro no solo se enfrenta, también se comparte.
La cooperación, el apego, la protección mutua se convierten en estrategias esenciales para sobrevivir. El cuerpo ya no responde únicamente al entorno físico, sino también a la presencia del otro. Necesitamos estar juntos para estar a salvo. Es aquí donde la emoción se transforma en lenguaje, en gesto. Y donde el sistema nervioso despliega una nueva vía de regulación: el sistema vagal ventral, que nos permite sentirnos en calma cuando estamos en conexión.
Humanos y conscientes: el salto definitivo del córtex prefrontal
En el ser humano, esta historia alcanza su expresión más compleja. Conservamos las capas anteriores —la congelación primitiva, los reflejos reptilianos, las emociones mamíferas—, pero sumamos algo más: la capacidad de nombrar lo que sentimos, de reflexionar sobre nuestra experiencia, de imaginar lo que aún no ha ocurrido. El córtex prefrontal nos permite pensar, planificar, crear y también rumiar, anticipar, temer.
Somos criaturas profundamente sociales, pero también profundamente conscientes. Necesitamos afecto, contacto, y somos capaces de percibir su ausencia incluso cuando nadie más lo nota. Nuestro sistema nervioso sigue buscando señales de seguridad y vínculo. Cuando las encuentra, se relaja. Cuando no, se activa la alarma. Los síntomas de ansiedad, muchas veces, no son otra cosa que la expresión de un sistema que ha perdido esa conexión.
La Teoría Polivagal y el Modelo de la Escalera
Después de millones de años de evolución, el sistema nervioso autónomo ha perfeccionado una coreografía interna que se activa cada vez que nos sentimos en peligro o a salvo. Durante mucho tiempo se pensó que el sistema nervioso autónomo funcionaba como un simple interruptor con dos posiciones: activación (simpático) o relajación (parasimpático). Pero la Teoría Polivagal, desarrollada por el neurocientífico Stephen Porges, vino a ampliar esta comprensión.
Este modelo propone que el sistema nervioso autónomo no solo tiene dos ramas, sino tres circuitos diferenciados, que se organizan jerárquicamente según su evolución y su función protectora: el vagal ventral (conexión y seguridad), el simpático (acción ante la amenaza) y el vagal dorsal (colapso y desconexión). Cada uno de ellos influye en cómo sentimos, pensamos y nos relacionamos con el mundo, dependiendo de si nuestro cuerpo percibe que estamos a salvo o en peligro.
Lo más revolucionario de esta teoría es que sitúa la conexión social —no solo la supervivencia física— como una necesidad biológica prioritaria. Y que reconoce que muchas veces nuestros síntomas de ansiedad no son un “problema psicológico”, sino la expresión fisiológica de un sistema que no se siente seguro.
Deb Dana, complementó esta teoría con su Modelo de la Escalera visualizando los tres grandes estados del sistema nervioso autónomo como peldaños. En lo más alto está el estado de conexión (vagal ventral), en el medio el estado de movilización (simpático), y abajo del todo el estado de colapso o desconexión (vagal dorsal). Cada escalón representa una forma de estar en el mundo, de sentirnos, de percibir lo que ocurre. Entender este modelo no solo nos permite tener un mapa de lo que sentimos, sino también una guía para el camino de regreso.
El descenso en la escalera: cuando la ansiedad es una señal de protección
El sistema nervioso no improvisa. Cuando percibe que algo no va bien, activa lo que tiene a mano para ayudarte. Muchas veces esa ayuda no se siente bien, pero no lo hace por capricho: lo hace porque la estrategia anterior ha fallado o no ha sido suficiente.
Este es el corazón del modelo de la escalera: cada descenso es el resultado de un intento fallido de resolver la situación desde el escalón superior.
La casilla de salida, el Vago Ventral
El estado natural de un sistema nervioso “sano”, el punto de partida en condiciones neutrales, debiera ser el estado vagal ventral. Desde este lugar estamos conectados, presentes, abiertos al mundo. Si aparece una dificultad, el sistema intenta afrontarla con calma, enfocando su atención, confiando en sus recursos, flexibilizando sus estrategias. Si otras personas están implicadas en la situación, desplegará herramientas de comunicación buscando la vinculación y la colaboración. La experiencia de la acción es enérgica pero tranquila.
Comenzamos a descender, el Sistema Simpático
Pero si la estrategia ventral no funciona —si no encontramos salida, si la amenaza crece o se repite, si el intento de alianza se torna en conflicto o competencia—, el cuerpo activa el siguiente nivel: el simpático. Movilizamos más recursos. Pasamos a estar en alerta. La mente se acelera, la atención se vuelve hipervigilante. Los músculos se tensan, la mente se rigidiza. Nos llenamos de urgencia, intentamos hacer, resolver, escapar o controlar. No podemos parar. Estamos centrados en el problema. Si la situación implica a otras personas, entramos en patrones de competición, comparación. Este mecanismo neurobiológico simpático está pensado para soportar situaciones de estrés cortas: movilizamos todos los recursos para resolver rápido. Si lo mantenemos en el tiempo comenzaremos a tener síntomas de estrés y ansiedad
La caída estratégica, el ventral dorsal
Si la acción no basta, si la sobrecarga es demasiado intensa, si no hay vía de escape posible, entonces el sistema desciende un peldaño más. El estado vagal dorsal toma el control. El cuerpo se apaga. Aparece el colapso, la desconexión, la fatiga profunda o la sensación de no tener recursos de afrontamiento, de no poder más.
Este viaje no siempre es lineal ni visible desde fuera. A veces lo recorremos en cuestión de minutos, otras lo habitamos durante años sin saberlo. Tampoco los estados son excluyentes entre sí: varios pueden estar activos a la vez, en mayor o menor proporción. Lo importante es comprender que el cuerpo no nos está traicionando: está intentando protegernos con los recursos que tiene.
La ansiedad, el cansancio extremo, el vacío o la dificultad para vincularnos no son signos de debilidad, sino expresiones de un sistema nervioso que ha ido descendiendo peldaño a peldaño para poder seguir. Y desde ahí, desde ese nuevo entendimiento, podemos empezar a pensar en cómo volver a subir.
El objetivo no es quedarnos siempre arriba. Eso no es realista ni necesario. El objetivo es poder movernos con más flexibilidad, reconocer cuándo hemos descendido y saber cómo ayudarnos a subir. La estabilidad no es un estado fijo: es una capacidad de tránsito.
El ascenso: la conexión con el Vago Ventral
Subir la escalera no es cuestión de voluntad ni de pensamiento positivo. Es un proceso profundo que requiere seguridad, tiempo y acompañamiento. Para que el sistema nervioso pueda reorganizarse, necesitamos crear condiciones internas y externas de calma.
El ascenso comienza cuando el cuerpo empieza a registrar señales de seguridad: una respiración más tranquila, el silencio mental, la sensación de estar presentes. Poco a poco, algo en nosotras empieza a sentir que ya no hace falta luchar ni esconderse. Y desde ahí, comenzamos a subir. La palabra clave para activar el nervio vago es conexión.
Prácticas que te conectan contigo
La respiración es una puerta directa al equilibrio. Puedes hacer ejercicios de respiración consciente o simplemente prestar más atención a cómo respiras a lo largo del día.
El movimiento también ayuda: caminar, hacer yoga, correr o bailar permite que el cuerpo se exprese y libere tensión.
Cuidarte con gestos cotidianos —una ducha, ponerte crema, cepillarte el pelo con calma— puede ser una forma sutil pero poderosa de reconectar.
Y no subestimes el poder de cantar, tararear o reír. Pon música, busca contenidos de humor… tu nervio vago lo agradecerá.
Lo importante no es tanto lo que haces, sino cómo lo haces: con presencia, con cariño, con intención.
Hábitos que te conectan con el mundo
La naturaleza tiene un efecto regulador sobre el sistema nervioso. Pasear entre árboles, cuidar tus plantas o escuchar el sonido del agua puede ayudarte a sentirte más presente y en paz.
Estimular tus sentidos también influye: velas, esencias, texturas agradables, una iluminación suave o una canción que te relaje.
Incluso cuando no puedes salir al exterior, puedes rodearte de imágenes, sonidos o sensaciones que te evoquen calma y belleza. Tu sistema nervioso lo nota.
Gestos que te conectan con los demás
Compartir con tu mascota, acariciarla, hablarle o jugar es una forma de conexión valiosa. Y si no tienes, quizás puedas cuidar una planta o sostener un objeto que te dé ternura.
También puedes dejarte acompañar por quienes te quieren: hablar con alguien, recibir un abrazo, tocar, besar o simplemente estar cerca de otra persona con presencia.
Abrirse, expresar, dejarse ver… aunque sea un poco. El vínculo humano, incluso en gestos mínimos, es medicina profunda.
El acompañamiento terapéutico desde la Teoría Polivagal
En ese tránsito el cuerpo no miente. El sistema nervioso no se convence: se regula. Por eso, la terapia no busca que “creas que estás bien”, sino crear las condiciones para que puedas empezar a sentirlo.
Subir la escalera no ocurre de golpe. A veces, el primer signo de recuperación no es la calma, sino la inquietud. El sistema simpático se activa para sacarte del colapso, y eso puede parecer un retroceso: “antes estaba mal, pero tranquila; ahora estoy agitada”. En realidad, es un paso adelante.
El trabajo terapéutico consiste en acompañar ese ascenso sin forzar, integrando cada estado. Validar lo que sientes, comprender lo que sostiene tu malestar, y ofrecer experiencias que favorezcan la regulación. A veces será a través del cuerpo: respiración, movimiento, contacto. Otras, a través de la palabra, la mirada o el vínculo. Siempre desde la presencia.
En el árbol, psicología y salud integral trabajamos con la ansiedad desde un enfoque integrador que combina psicoterapia, cuerpo y relación. Acompañamos procesos individuales y ofrecemos talleres psico-corporales que ayudan a regular el sistema nervioso desde la experiencia directa.
Si quieres saber más sobre nuestro trabajo en Granada, contáctanos, estaremos encantadas de escucharte.